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PARA MORIR HAY QUE HABER VIVIDO

Obras consistentes, creciendo sin fórmulas, atentas a su propio desarrollo, metáfora al fin de una pulsión de vida y muerte vislumbrada. “Para morir hay que haber vivido” nos anuncia Giselle Balero Reche y lo documenta en imágenes potentes, sutiles, premeditadamente azarosas, liberando la materia y asociándola en composiciones complejas, tensas en la confrontación natural de las diferencias, discriminando semejanzas, armonizando la contrariedad. En medio de tanta discusión sobre el sentido del arte en general y la pintura en especial, me da gusto encontrar estos cuadros impactantes y profundos imponiéndose  a la no especificidad de los discursos.

— MARIANO ZIR

FLUIR EN LA INTENSIDAD

Las obras de Giselle Balero Reche nos invitan a sumergirnos con la mirada en las profundidades de una superficie poética. Allí vemos cómo la materialidad de la pintura y la abstracción subvierten la planimetría al crear paisajes de una natura otra. Fondos brumosos se funden en figuras que recuerdan lo orgánico y danzan en una sutil inmovilidad. El cuerpo de quien observa acompaña este viaje de la mirada y atraviesa la orilla para fluir también en ese movimiento que la artista nos propone. Allí, envueltos en un espacio sinérgico y vital, nuestro interior siente, despojado de preconceptos, la intensidad de experimentar lo indiferenciado del sincretismo de percepciones. Los invitamos a sumergirse y a fluir en las profundidades e intensidades de sus vidas.

— ALEXANDRA ZALAZAR

DESCARTE DEL DESCARTE

Es una serie que rescata lo que “cae” del cuadro. Como metáfora de lo excluido. Aquellos restos “inútiles” marginados que se corren del protagonismo central que delimitan los laterales del cuadro, son rescatados y puestos en primer plano. Sin intervenciones, lo descartado asume el valor de obra dentro de las “reglas formales” de una sociedad que gesta sus propias trampas.

TRANSMISIÓN EN VIVO

En un entorno que nos habla de una inmediatez, muchas veces mediatizada por las redes donde se transmite un supuesto aquí y ahora, que termina por traducirse en una “linda” imagen, la experiencia de pintar en vivo nos presenta, algo que va más allá, la canalización de lo que está sucediendo en el ambiente, ofreciéndonos como instrumento vehiculizador de lo que pasa, se percibe y siente. La pintura se vuelve un organismo en el que el material y la intervención viva del ambiente ocupan la superficie de la tela. El tiempo parece agarrarse y conectarse con otro ahora.
Este ahora como un encuentro detenido, donde la diversidad y características de los materiales cobran una dimensión propia. Nos presentan la complejidad del encuentro, de la mezcla, la precisión de los límites, nos obligan a atender/detenernos reconociendo lo propio.
De allí, en la experiencia del vivo sucede lo que sucede, algo nace, florece, crece, se rompe y estalla, el tiempo se hace PRESENTE.

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